21 noviembre 2006

Teodoro tiene un tesoro


Un tesoro negro y viscoso.
Después de presentarse como promotor de la alianza de civilizaciones, Zapatero recibe a uno de los dictadores más abyectos del planeta.
Tal contradicción se justifica por el llamado pragmatismo de estado, que permite arrinconar la ética para favorecer ciertos intereses económicos supuestamente beneficiosos para el conjunto de la sociedad. Después, un poco de estética para aliviar el mal trago: nos cuentan que se ha forzado un compromiso de Obiang para liberar a los presos políticos o se le impide su visita al Congreso de los Diputados.
Tengo la sensación de que la historia se ha escrito, y se escribe en gran parte, con los renglones torcidos del pragmatismo de estado. Cesiones interesadas a personajes infames que acaban por convertir en papel mojado los derechos humanos fundamentales. Los valores éticos se transforman así, en pricipios estéticos. Puro maquillaje para tapar las verguenzas de nuestra civilización. Un ambientador con olor a esperanza para enmascarar la peste que despide la descomposición de los valores más elementales.
La fetidez del personaje es, no obstante, demasiado alta y la química propagandística no ha evitado que nos tapemos las narices. Aunque el rechazo de la opinión pública a este tipo de visitas sigue siendo más bien escaso. Tal vez porque en el ámbito privado justificaríamos también estas conductas; pasaríamos por alto la catadura moral de nuestro huésped si tuviésemos la oportunidad de cerrar con él algún sustancioso negocio.
Se ha producido, sobre todo, cierto revuelo mediático, más que una reacción airada de la opinión pública. Un revuelo muy matizado, además, porque el lider de la oposición, Mariano Rajoy, ha sucumbido finalmente a la tentación de recibir a Obiang.
En resumen, las incomodidades normales que generarían los paseos de un roedor de aspecto desagradable por los salones alfombrados de nuestras democráticas mansiones.
El concepto de genocidio debiera ampliarse para abarcar también aquellos supuestos en los que se produce el exterminio de la población por motivos económicos. Serían, así, genocidas aquellos gobernantes que acumulan la mayor parte de la riqueza de sus naciones, mientras su pueblo sobrevive en condiciones de absoluta miseria. Y los gobiernos que hiciesen negocios con ellos, serían considerados sus cómplices. La opinión pública se opondría entonces, con mayor firmeza, a este tipo de vergonzantes visitas de estado.
Y por que no extender esta definición de genocidio a las empresas que acumulan la mayor parte de la riqueza mundial. Al fin y al cabo, vivimos en un mundo globalizado, en donde se reconoce la importante influencia de estas corporaciones en las decisiones políticas en el ámbito de las relaciones internacionales. Esta creciente participación en el gobierno del mundo de las grandes empresas, debiera corresponderse con el lógico aumento de su cuota de responsabilidad por el mantenimiento de las injusticias y las desigualdades.

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