08 octubre 2006

Dios mío, soy conservador

Recientemente escribía sobre los conversos a los que consideraba mentalmente débiles, cobardes e incoherentes, y casi sin solución de continuidad he descubierto, dios me ayude, que soy un conservador (ya se sabe, no escupas para arriba). Siento que después de muchos años de conflicto interno, de búsqueda interior, he encontrado por fin mi camino. Incluso asoman en mi carácter algunos tics autoritarios y me resulta un esfuerzo titánico mostrarme tolerante ante ciertas actitudes del prójimo. Puede que sea la crisis de los cuarenta o la gripe de otoño. Sin embargo, no me siento incómodo con mi nueva adscripción ideológica y hasta diría que he alcanzado por fin, la paz interior que anhelaba.

Nunca he sido un antisistema. Me parece que el régimen democrático es como opinaba Sir Winston Churchill (está claro que mi proceso de identificación con su pensamiento es imparable), el menos malo de los sistemas: El imperio de la Ley, la división de poderes, los derechos y libertades fundamentales, el estado social que amplia los derechos de los trabajadores y contribuye a moderar los efectos más perversos del capitalismo... Claro que como toda construcción humana, la democracia tiene sus imperfecciones (por cierto, frase muy utilizada por la jerarquía vaticana para justificar los desmanes de la Iglesia, ¿me entienden ahora?) e intento humildemente denunciarlas.
En democracia no conviene cuestionar permanentemente las instituciones. Es jugar con fuego. Resulta cuando menos absurdo colocar en permanente situación de riesgo aquello que se afirma proteger. Así me lo aprendí yo. Sin embargo, en nuestro país un día sí y otro también se niega legitimidad al partido gobernante al que se acusa de alcanzar el poder merced a un golpe de estado en colaboración con ETA, el terrorismo islámico y un grupo de jueces y policías corruptos. ¿Alguien da más? Una supuesta conspiración sostenida por mentes calenturientas que se extiende como la pólvora a fuerza de hablar de ella (estrategia típicamente goebbeliana, en su versión hispana de "si el río suena, agua lleva", y popularizada con el apelativo de "alomojó") . Claro que las conspiraciones delirantes han sido siempre uno de los apoyos intelectuales más eficaces de los dictadores: la alianza judeomasónica, la amenaza sionista, el monstruo capitalista que implacable devora a los trabajadores. Pero también han servido de nexo de unión a grupos antisistema que se sienten atraídos por la idea de considerarse depositarios de una verdad que el común de los mortales, manipulado e idiotizado por el sistema, ignora.
Que excitante ser la avanzadilla de un nuevo movimiento de liberación nacional, de una nueva cruzada que les devuelva el poder injustamente arrebatado.
Y yo, pobre de mí, me aferro a mis valores tradicionales. Sigo creyendo que son legítimos los gobernantes elegidos en las urnas y que tienen derecho a desarrollar su programa político si este no rebasa el límite esencial e infranqueable de la democracia: los derechos y libertades fundamentales del hombre. Que quede claro; ahorrense la crítica, en consecuencia, los que argumentan insistentemente que Hitler fue elegido en las urnas, para negar legitimidad a los ganadores de las elecciones. No puede sostenerse que participa en el juego quien viola sus reglas sistematicamente.
Mi recién estrenado credo conservador me impulsa a confiar en el poder judicial, a respetar su independencia y a asumir sus decisiones. Incluso las que no se ajusten a mis intereses.
Confío en los cuerpos y fuerzas de seguridad. Creo en la veracidad de sus investigaciones. En la lealtad a la democracia de sus miembros (esta frase la firmaría orgulloso cualquier conservador que se precie).
Y creo tan firmemente en la policía y en la justicia que sé que investigarían y condenarían a sus propios miembros corruptos. Lo que no harán nunca es negar la evidencia y manipular la realidad de los hechos, mal que le pese a algunos. Y desde luego, lo que no cabe en mi cabeza es que el delirio de unos paranoicos les obligue absurdamente a ocuparse de un objeto de investigación que esa terca realidad se empeña en revelar como inexistente. Que quede claro otra vez; ahorrense la crítica los fans del GAL (bien que jaleaban sus asesinatos hasta que les convino políticamente considerarlos la reencarnación del diablo). Cuando se investigó el GAL se reunieron las pruebas que sirvieron para condenar a los responsables y, después de más de 2 años de investigación del 11-M, no hay ni una sola evidencia que ampare las teorías conspiratorias.
Otro de los síntomas de mi conversión es que he perdido interés por las manifestaciones y las pancartas. Me sigue pareciendo loable manifestarse a favor de una causa justa o en contra de los abusos de poder. No soy un alma cándida y comprendo que las protestas pueden responder a intereses partidarios, pero siempre he recelado de las manifestaciones en que se insiste más en la negación y en la repulsa que en la propuesta. Dígamos que prefiero manifestarme a favor de la paz a protestar contra la guerra. Mucho mejor si las puertas se abren que escuchar el estruendo de los portazos. Se me ponen los pelos como escarpias cuando escucho llamamientos a favor de la rebelión cívica si el gobierno no se allana a las pretensiones de quienes se manifiestan. No es respetar las reglas del juego y los conservadores siempre acatamos las reglas. Desconfío, además, de las marchas organizadas durante meses y rodeadas de un enorme aparato logístico. Tal vez porque sigo creyendo, bendita inocencia, que las manifestaciones surgen de la necesidad compartida y espontánea de expresar públicamente nuestras convicciones fundamentales. Una especie de confesión pública.
No me estimulan los eslóganes más jaleados ultimamente: "Zapatero al paredón"; "11-M: golpe de estado"; "PSOE terrorista". Espero que no sean efectivamente la plasmación de convicciones íntimas. Si acaso, una terapia para canalizar algunas frustraciones y resentimientos.
Pero el factor deteminante de mi fulminante conversión ha sido el convencimiento de que nuevamente y, como ha ocurrido en otros momentos históricos igualmente decisivos, se encuentran seriamente amenazados nuestras libertades y derechos fundamentales. La batalla por su conquista comenzó seguramente hace miles de años, aunque su formulación actual deriva de la Revolución Francesa. Si cedemos terreno, costará sangre, sudor y lágrimas (Churchill otra vez, mi nuevo referente intelectual) recuperarlo.
Mi estrenado conservadurismo me obliga a ser inflexible con el relativismo moral que nos invade. Frente al recorte de libertades: tolerancia cero (me gusta más este eslogan).
La derecha conservadora ha tomado las calles con consignas antisistema, apelando a la rebelión cívica. Apoyada por "intelectuales revisionistas", que denuncian la manipulación de la realidad histórica y "periodistas de investigación" que destapan las miserias del presente, cree que ha llegado el momento de cambiar las reglas del juego. Las actuales no valen. Si pierden la batalla de la paz y desaparece ETA, hay izquierda para rato. "Los rojos, ya se han asegurado el voto de los separatistas, los terroristas, los maricones, los lisiados y las putas y esos, son muchos votos". Pero estos nuevos antisistema cuentan con unos medios de comunicación afines, numerosos y bien coordinados en el mensaje, aunque hayan perdido algunas bazas conservadoras que se resisten a abandonar la moderación, como el ABC (así que leña al mono). Cuentan con la jerarquía de la Iglesia, si bien con algunas voces disidentes que prefieren tender puentes (como el "filoterrorista" Monseñor Uriarte). Y, por último han invadido la red con infinidad de blogs, foros y webs, neocons, revisionistas y racistas, mostrando un perfecto conocimiento de los nuevos instrumentos propagandísticos.
Da miedo, así que "moderados del mundo, uníos".

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