10 octubre 2006

Un mal día

Nefasto.

Durante el desayuno, un compañero de trabajo me comentó que abrirían un centro de retención de inmigrantes muy cerca de sus casa y que no tendría más remedio que poner una alarma. "Hasta ahora ha sido una zona tranquila pero con esta gente descontrolada ya se sabe". Le dije que no me parecía que fuesen peligrosos. Arriesgan sus vidas en un incierto viaje para escapar de la miseria y al llegar son hacinados en centros de retención esperando pacientemente su derivación a la penísula o su repatriación a sus países de origen. Saben que su esfuerzo puede resultar en vano y no ha habido protestas, revueltas o amotinamientos. Y ello a pesar de que los centros son vigilados por escasos efectivos policiales. En realidad nos han dado una lección de autocontrol y respeto a las normas de convivencia. No imagino como reaccionarían 3.000 viajeros europeos atrapados, por ejemplo, en un aeropuero durante 48 horas después de un incómodo viaje en avión con destino a su lugar de vacaciones.
Mi compañero se limitó a responderme que si tan claro lo tenía, tal vez no me importaría alojar a los inmigrantes una temporada en mi casa.

Por la tarde me encontré con un antiguo amigo del colegio al que no veía desde hacía años. Me explicó que trabajaba de voluntario para Cruz Roja pero que pronto iba a dejarlo. Estaba cansado y desmoralizado. No podía asimilar tanto sufrimiento, se implicaba demasiado. Entonces le comenté que a pesar de todo, estaba seguro de que le animaría el reconocimiento y el apoyo de la gente. Le recordé las emotivas imágenes que se vieron por televisión de unos bañistas en El Médano socorriendo a unos inmigrantes recién llegados a los que daban agua y arropaban con sus toallas. Pero cual fue mi sorpresa cuando me comentó que aunque aquel suceso había tenido una gran repercusión, también un día si y otro también escuchaba como grupos de energúmenos cada vez más numerosos increpaban a los inmigrantes que arribaban desfallecidos a la costa, comminándolos con insultos a que volvieran a sus países.
Sentí una enorme tristeza mezclada con una profunda indignación. Sabía que nadie se atrevería a denunciar estas actitudes. A los políticos les interesa especialmente, incluir en sus discursos las inevitables referencias al problema humanitario como su primera preocupación para, a continuación, alabar el comportamiento solidario, casi heroíco del pueblo canario.
No quiero creerlo. No puede ser cierto.
Por la noche escuché a Jorge Vargas, uno de los líderes de opinión del nacioanalcaciquismo canario, alabar los genitales de la alcaldesa lagunera doña Ana Oramas, "los tiene cuadrados" decía con su habitual histrionismo. La encendida alabanza que se acompañó del tema "Patria Canaria" sonando de fondo, se debía a unas declaraciones de la alcaldesa en las que criticaba al gobierno nacional por habilitar el cuartel de Las Canteras como centro de retención de inmigrantes. Yo ya había visto las declaraciones de marras por televisión. La alcaldesa, con los ojos inyectados en sangre, el rostro enrojecido de furia y el cuello de cantaor flamenco, estirado y con las venas hinchadas, protestaba con vehemencia contra la decisión del gobierno central, que al considerar de interés para la defensa nacional el acondicionamiento del cuartel, evitaba la intervención en la decisión del ayuntamiento lagunero e impedía así, cualquier maniobra tendente a evitar su apertura como centro de retención. La alcaldesa argumentaba que el gobierno central nos tomaba el pelo al pueblo canario. Que en vez de abrir nuevos centros y cedernos el marrón, se tenía que dedicar a resolver de una vez por todas el problema humanitario y evitar las muertes en el mar. Cuanto cinismo. Si los inmigrantes se quedan en su tierra y se mueren "tranquilamente" de hambre en sus países de origen no hay problema humanitario, o nos importa una mierda. Estoy con la alcaldesa en lo de evitar las muertes durante la travesía, se puede hacer mucho más para impedir esta tragedia, pero no con su empeño en despejar balones fuera considerándolo como un asunto que sólo atañe al gobierno central. Y, desde luego, poco importa el problema humanitario en destino. Coño, aquí molestan. Si están hacinados y hay pocos recursos que lo arreglen otros. Ni un ápice de solidaridad. Resulta más rentable electoralmente remar a favor de corriente y hacer un discurso alarmista que despierte nuestros sentimientos de nuevos ricos cagados de miedo, que colaborar activamente en mitigar la crisis humanitaria que tanto parece preocuparle.
Vaya día.

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