23 agosto 2006

Planificación, Organización y Control


Son las funciones básicas del directivo de empresa según las teorías clásicas sobre las organizaciones.
PLANIFICACIÓN es el proceso por el que se fijan los objetivos: a largo plazo o estratégicos y a corto o tácticos.
Los objetivos deben formularse con claridad, sencillez y precisión y ser realistas y cuantificables.
ORGANIZAR consiste en asignar los recursos necesarios (materiales y humanos) para alcanzar los objetivos planificados. Son eficaces las organizaciones que consiguen sus objetivos y son, además, eficientes las que los consiguen con la mejor combinación de recursos posible, la que suponga menos coste.
Obviamente, la elección de unos objetivos concretos supone el descarte de otros. Planificar equivale, en este sentido, a ordenar prioridades y es una acto fundamental para el desarrollo futuro de la organización porque determina en que deberán emplearse los recursos disponibles. Implica asumir responsabilidades y condiciona la actividad de los miembros de la organización y el empleo futuro de los factores materiales. La intensidad de este condicionamiento es mayor respecto a los objetivos estratégicos porque se proyectan a largo plazo y comprometen necesariamente mayor volumen de recursos.
Mediante el proceso de CONTROL se mide el nivel de eficacia y eficiencia de la organización con el fin de tomar las medidas correctoras necesarias ante desviaciones significativas de los objetivos.
Planificación, organización y control son procesos íntimamente relacionados y necesariamente deben abordarse los tres en conjunto si queremos asegurarnos el éxito.
Planificar sin organizar o asignar los recursos necesarios puede ser un interesante ejercicio de imaginación pero supondrá un esfuerzo sin consecuencias prácticas.
Organizar sin planificar conduce a un empleo ineficaz de los recursos que nos llevará al derroche, al estancamiento o al conformismo y la autocomplacencia.
Planificar sin controlar supone validar cualquier resultado que se consiga. Es convertir en inviable la exigencia de las responsabilidades y los compromisos que se derivan forzosamente del proceso planificador.
Controlar sin planificar nos lleva, por último, a la realización de múltiples tareas inútiles que se perpetúan en el tiempo porque en algún momento sirvieron para detectar un problema en la organización.
Podemos trasladar fácilmente este esquema a la gestión política y, sin embargo, resulta una tarea enormemente ardua identificar y priorizar u ordenar los objetivos que persiguen nuestros gobernantes, conocer los recursos que se destinan a su consecución y valorar en qué medida se están alcanzando.
Los objetivos estrátégicos se deben contener, al menos teóricamente, en los programas con los que concurren a las elecciones. Pero los programas políticos acaban siendo meras declaraciones de intenciones porque no vienen acompañados de programas económicos (asignación de recursos) y no identifican las variables de control que permitan evaluar en el futuro la gestión realizada.
Por otra parte han dejado de ser un argumento decisivo para determinar el sentido del voto. También se elaboran múltiples planes sectoriales para cada área de gobierno que se anuncian a bombo y platillo en los medios de comunicación y que no pasan de ser simples instrumentos publicitarios.
La escasa o nula participación de la ciudadanía en la formulación de los objetivos acrecienta el desinterés y posibilita el engaño masivo. El sentido del mandato político que es representativo y no imperativo , impide exigir responsabilidades a los políticos por el incumplimiento de los compromisos que, insisto, al menos teóricamente, estos asumen en sus programas. La participación ciudadana se articula indirectamente a través de lo que se denomina "opinión pública" que se mide fundamentalmente mediante encuestas. Nos preguntan lo que quieren, cuando quieren y como quieren.
El presupuesto constituye el instrumento de planificación y organización a corto plazo por excelencia de lo público. Documenta en qué y cómo se gastarán los ingresos previstos. Nadie se preocupa de explicarnos con claridad y sencillez el presupuesto público. Asistimos, eso sí, anualmente, a la representación teatral que tiene lugar en el parlamento nacional o en los parlamentos autonómicos y los plenos municipales en que se debate su aprobación.
Nadie rinde cuentas. Existen órganos y funcionaros fiscalizadores como los tribunales de cuentas o los interventores municipales pero por diversas razones su eficacia es más bien escasa. Por otra parte, se limitan a controlar fundamentalmente, si el empleo de lo recursos se ajusta al presupuesto pero no valoran o evalúan el éxito de la gestión política mediante el empleo de variables de control asociadas a los objetivos estratégicos o tácticos que explicitan los compromisos de gobierno.
Los organismos públicos de control estadístico se dirigen al procesamiento y traducción de los datos pero no generan un cuerpo estadístico comprensible y accesible a la ciudadanía que permita valorar objetivamente y en conjunto la gestión de gobierno.
Se abre un tiempo en que las nuevas tecnologías pueden contribuir decisivamente a cambiar este panorama, sobre todo, articulando mecanismos de participación ciudadana. Pero no es suficiente. El cambio sólo se producirá si se genera una conciencia cívica que valorice la participacipación en los asuntos públicos, que considere necesaria y absolutamente irrenunciable la participación en lo Político con mayúsculas.
Una cosa es lo Político que incluye cualquier aspecto que repercute en nuestra vida ciudadana (la educación, la sanidad, la gestión medioambiental, la vivienda) y otra, la Politica que es la lucha para llegar al poder y mantenerse en él.
Los políticos profesionales y los medios de comunicación nos inundan de política en una interesada ceremonia de la confusión, hasta conseguir nuestro total desinterés por lo político.
Es hora de participar, TÚ MANDAS.

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